Como el aire que respiramos: el sentido de la cultura by Antonio Monegal

Como el aire que respiramos: el sentido de la cultura by Antonio Monegal

autor:Antonio Monegal [Monegal, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 2022-05-01T00:00:00+00:00


Santos subraya la asimetría del contacto y cómo la distinción es relacional: lo global se constituye como tal en tanto en cuanto sitúa a lo otro en el polo local, y viceversa. De este modo, Santos constata que el proceso tiene dos caras: hay localismos globalizados y globalismos localizados. La primera categoría se refiere a la proyección con éxito de un rasgo local, como la lengua inglesa, el cine de Hollywood o la pizza, que vence en la lucha por el reconocimiento y se impone sobre los localismos autóctonos. La segunda consiste en el impacto de los globalismos en las condiciones locales del entorno donde se implantan. Santos cita la desaparición del comercio tradicional y la agricultura de subsistencia, pero, también, un aspecto de carácter eminentemente cultural: la explotación del patrimonio histórico, el folclore, las ceremonias religiosas, la artesanía y la naturaleza al servicio del turismo global, haciendo que tradiciones, costumbres y objetos pierdan su función local. Suscribe, así, la visión del turismo como un monocultivo que distorsiona y empobrece el estilo de vida de la población local, subordinándolo a los intereses del visitante y al beneficio económico.

Según Santos, los intercambios favorecen a aquellos países que están en condiciones de globalizar sus localismos desde una posición central en el mercado, mientras que a los países periféricos les toca ocupar el polo receptor y encajan globalismos localizados. La resistencia frente a esta desigualdad asume la forma de lo que él llama «cosmopolitismo insurgente»: aquellos movimientos que aprovechan la compresión del espacio y el tiempo que ha propiciado la globalización, las tecnologías de la comunicación, las redes sociales y la facilidad de viajar para oponerse a este consenso neoliberal que presenta la globalización como el único estado posible.

Es cierto que los poderosos dictan las reglas de circulación y globalizan su repertorio cultural. El inglés es la lingua franca y hay una hegemonía cultural anglosajona, pero ni esa lengua ni esa cultura pertenecen ya en exclusiva a unos países concretos ni pueden leerse como expresión autóctona de un determinado territorio. Arrastran el aluvión de un heterogéneo legado postcolonial que incluye el reggae y a Salman Rushdie. El poderoso se apropia, además, de elementos de repertorios ajenos y los pone en circulación a través de los canales que controla, siguiendo la antigua estrategia de sincretismo que los romanos perfeccionaron. Y hay países como, por ejemplo, Japón, México y Brasil, que exportan con éxito sus localismos a escala global en una proporción que depende menos de la hegemonía que de la pujanza de la oferta misma. Los contactos entre culturas son habitualmente asimétricos, pero no siempre se resuelven del lado del más rico y poderoso. Los repertorios culturales se renuevan y enriquecen con las aportaciones de quienes ofrecen soluciones y modelos originales y atractivos, independientemente de su posición en la jerarquía. Agarrarse a los viejos repertorios conocidos, homogéneos y consolidados, es una forma de regresión con consecuencias peligrosas para la supervivencia en un mundo interconectado.

¿Quiénes se sienten, últimamente, más amenazados por los mestizajes y los



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